Aminetu, Orlando y las dos varas de medir.

Hace unos meses una señora Saharahui inició una huelga de hambre para defender su libertad de poder entrar a su pais libremente. Un pais que tiene todo el derecho a existir, pero que la comunidad internacional aún no se lo ha reconocido y susbiste en el limbo de un territorio que Marruecos reclama como suyo y sobre el que ejerce de facto su soberanía. Todos nos pusimos en sus carnes y defendimos el derecho a su libertad. Algunos medios de forma tan recalcitrante, que no había otra noticia que ofrecer y ciertos colectivos organizando una manifestación por la mañana y otra por la tarde mientras duró su huelga de hambre. Aún semanas después de haberse solucionado el problema siguieron aireando a bombo y platillo el episodio, haciendo a Aminetu paladina de la libertad. Hasta ahí nada que objetar salvo la desproporción desplegada, pero ya se sabe que hay que estas cosas son así: si se quiere obtener algun resultado, hay que ser pesado.
Hace unos días, un súbdito cubano murió tras una prolongada huelga de hambre, y no en un aeropuerto por cierto, que el pobre no pudo tener la ventura de que le negaran el regreso a su país, porque nunca le dejaron salir, que ni siquiera esa mínima libertad se le concede a quien no quiera seguir soportando la imposición del pensamiento único y la mordaza de la más férrea dictadura de la palabra.
Sin embargo los que tanto gritaron entonces, aquellos que tanto se manifestaron cuando Aminetu adelgazaba, hoy guardan el más ominoso silencio ante la muerte de Orlando y, si salen a la palestra, es para hablar bajito, con la boca pequeña, no para condenar rotunda e inequivocamente empleando los mismos epítetos que antes usaron. Porque aquél ASESINOS de ayer es mucho más justo hoy, porque ahora sí ha muerto un defensor de la libertad. De esa misma libertad que defendía Aminetu y que, desde ciertos sectores, (de ahí deriva sectarismo) se mide con distinta vara según quien la conculque.
Agustín Pérez González


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