EL LATERO

(Del libro Budceando en la Sevilla Perdida)

Desde la calle contigua se filtra un vago eco seguido de
una imperceptible cantinela que, poco a poco, va tomando
cuerpo.
¡El laaa-teroooo! ( la e casi no la pronunciaba) ¡"S´estañan"
ooollaaas y baaaños, se laaañan lebriiilloos, se arreeeeeglan
los paraaaaguas!.
Agustín Pérez González
35
- Niño, coge la lata de leche condensada y dile al latero
que te vaya haciendo un jarrillo, que ahora salgo yo para pagarle.
El niño, sintiéndose un personaje, se coloca delante y
observa con gran curiosidad cómo el latero, sentado sobre el
bordillo de la acera, prepara su anafe aventando el carbón con
un soplillo de palma, antes de introducir en él una especie de
martillo de cobre (qué color más bonito) terminado en punta de
hacha.
Mientras se calienta, desprende la tapa de la latilla, hace
con ella un asa, y repasa los bordes con un pequeñísimo
martillo de cabeza curva del que el niño queda absolutamente
prendado.
Ahora venía lo que más le gustaba, por lo que abrió desmesuradamente
los ojos para no perder detalle: sacó una barrita
plateada, la acercó el hacha de cobre, ya muy caliente, y
¡paff!, la barrita se derritió como por ensalmo, extendiéndose
por la punta de la herramienta. A continuación, extendió el
plateado líquido por los extremos del asa y ésta quedó pegada a
la lata. Después de repasar la soldadura, el jarro quedó terminado.
Tras recibir sus cincuenta céntimos (dos reales de
agujero) por aquél trabajo, el latero continuó su ruta con todo su
taller a cuestas, mientras el niño quedaba mirando fijamente al
suelo con ojos de asombro,


..pues se iluminó el semblante
del niño al mirar al suelo
y ver que tenía delante
una estrella rutilante
dejada por el latero.
Y durante muchos años
guardó bajo su almahada
como si fuera oro en paño,
aquella estrella de estaño
digna de un cuento de hadas.

Agustín Pérez González