PADRENUESTRO COFRADE

(del libro "Cofrade por la Gracia de Dios)
Y cuando, después de entrar en el templo el resucitado, posen por última vez los zancos de la Virgen de la Aurora, y las borlas de las bambalinas dejen de moverse, no habrá terminado una Semana Santa. Habrá empezado otra, porque Sevilla, seguirá siendo cofrade todo el año, pregonando a los cuatro vientos y por los cuatro puntos cardinales las Glorias de María.

Después de entrar en el Templo, tras el recorrido por las calles sevillanas, cuando el último zanco descansa en el suelo, cuando los costaleros salen y esparcen sus costales como palomas blancas por las naves del Templo, cuando entre ellos se abrazan con emoción contenida y son felicitados por su capataz, cuando delante del paso se sienten mejores personas, cuando sus ojos se clavan en los de su Cristo, el costalero se sienta en uno de los bancos para que sus destrozados riñones descansen, y allí, se dirige al Padre con la oración que Él mismo nos enseñó, traducida al lenguaje cofrade.


PADRENUESTRO COFRADE

Padrenuestro que estás en los cielos,
hasta donde te supieron llevar
unos buenos costaleros
a la voz de un capataz
llamado Alfonso Borrero.

Santificado es tu nombre
por las calles de Sevilla,
cuando mujeres y hombres
para bendecir tu nombre
ante un paso se arrodillan.


Viene a nosotros tu Reino
entre aromas de azahares,
de cera, clavel e incienso,
cuando vemos a tu Madre
llevando un palio por techo.

Hacemos tu voluntad
creando un cielo en la tierra,
cuando toda la ciudad
de altares andantes se llena
para redimir la pena
de toda la humanidad.

Cada día tu Pan nos des.
El pan Eterno y duradero
que hicieron los panaderos
del barrio de San Andrés
y que llevas en tus manos
cada Domingo de Ramos
para dártenos a comer.

Perdona nuestros pecados,
Señor Misericordioso,
en Santa Cruz crucificado
con tu Madre siempre al lado
en Misterio Doloroso.

Que nosotros perdonamos
porque Tú nos has enseñado,
Señor y Maestro Eterno,
perdonando a tus verdugos
y al ladrón que a tu lado estuvo
para que entrara en tu Reino.

Y no nos dejes caer,
Señor en la tentación
de quedarnos en el rito,
porque sería traición
a tu mensaje bendito.

Y líbranos del mal,
Señor por tu Gran Poder,
que al asomar al umbral
del templo de San Lorenzo,
hace del silencio un rezo
tras un lento caminar.

Así sea por siempre, Señor.
Sigas muriendo en Sevilla
de esa forma tan sencilla
que Tú sabes; por Amor,
que al salir del Salvador,
hace una plaza capilla
entre naranjos en flor.

Y danos tu bendición,
pues Tú sabes que es sincera
nuestra particular manera
de vivenciar su Pasión.

Agustín Pérez González